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EL "VIRUTEX"

Le decían el „Virutex“ y usted no tiene más que seguir leyendo para descubrir el porqué. Cuando cumplió 17 años, sus padres decidieron dejarlo un año sin escuela para que trabajara, colaborara con el mantenimiento de la casa y costeara sus propios gustos. Ya era conocido en el barrio por ser bueno para la virutilla y encerar pisos, lo hacía de buena voluntad en casas del vecindario cuando se lo pedían. Sus padres lo convencieron que para lo único que servía era para eso y por lo tanto, le consiguieron los primeros trabajos de encerador de pisos profesional, entre sus amigos y conocidos del barrio. En ese entonces se usaba la virutilla „Virutex“ para raspar el parquet y los pisos de madera, cera „Nuggett“, para encerar y el „Chancho“, un utensilio que ahora es pieza de museo. El muchacho se ponía de acuerdo con la ama de casa para un día y una hora determinada de la semana, en donde la ama de casa estuviera presente. Llegaba con sus utensilios: cera, virutilla y trapos, vestido de overol de escuela primaria y se ponía manos y piés a la obra, con una pasión digna de destacar, sobre todo para un joven con intereses más propios de la pubertad, que de proletario. Las experiencias que tuvo con algunas amas de casa nunca las propagó a los cuatro vientos porque pensaba que harían sonrojarse hasta a Don Tenorio. Había una vecina que lo contrataba una vez a la semana. Siempre lo recibía por la mañana, en camisa de dormir „Babydoll“, cuando el marido ya se había ido al trabajo. Desde la primera vez insistió en ayudarle a encerar, lo cual consistía ponerse en cuatro patas sobre el piso. Con las contorciones de su cuerpo, por efecto de estirar el brazo para llegar a los más recónditos rincones, el „Babydoll“ se deslizaba hasta dejar al descubierto las partes más íntimas y ella se empeñaba, en que fuera bién notorio. Con este juego erótico, digno de un video porno, la dama le insinuaba algo más que sólo el afán de colaborar en el encerado. Así las cosas y sin atener a reaccionar como un hombre de pelo en pecho, el muchacho „Virutex“sólo atinaba a ponerse rojo de verguenza. Intentaba mirar para otro lado y hacerse el leso. Brillaba el encerado como un espejo, de tanto dale y dale con el trapo para pulir, brillaba el Babydoll, deslizándose rítmicamente sobre sus muslos macizos y blancos como la leche, brillaban sus partes íntimas, en la pupila ingenua y virgen de los ojos del joven, como una tentación imposible de eludir. En vista que „Virutex“ no tomaba iniciativa alguna, ella buscó entre sus artimañas de dama, la forma más ingenua y pícara para lograr sus marcadas e indecentes intenciones. Optó por iniciar un juego consistente en una competencia: quién enceraba más rápido. Para este efecto, ella elegía un punto en el parquett como meta, a la cual tendrían que llegar, cada uno desde un lugar determinado de la pieza, desde direcciones opuestas, conservando la misma distancia del punto. En esta carrera de encerados, ella se empeñaba en llegar al mismo tiempo que el, lo cual producía un juego de niños a manotazos, que pasaba de ahí a la cosquilla, de la cosquilla a la risa y de la risa a la franca colisión de la carne y los huesos. Esto se repitió por un par de veces. Al principio, acudir al encerado donde la dama era un acontecimiento que le herizaba los pelos, esperaba aquel día con una expectación y ansiedad que no dejaba espacio para otras ocupaciones. El punto de la meta cada vez se fué acortando más y más, hasta que un día dejó de existir y así se fué también apagando la pasión pero, lo que determinó el corto definitivo, fué cuando una de las hijas, de vuelta de la escuela, los encontró sobre el piso de la cocina jugando a las cosquillas. Los encerados de „Virutex“dejaron huella e hicieron escuela, al punto que cuando le llegó la hora del retiro, otros vendrían a continuar la tradición. Hasta que llegó la aspiradora eléctrica a las casas pudientes y de la pequeña burguesía. Llegaron desde Alemania, Zuiza y Norteamerica, arrasando con la costumbre erótica de los virutillados y encerados a pata limpia, mano, sudor y Baby doll. Cuando „Virutex“ llegó a Alemania y entró en las primeras casas de sus anfitriones, tanto alemanes como extranjeros, se quedó boca abierto y pensó por primera vez en la cesantía. No existía aquel brillo de los encerados de su patria: estaba todo cubierto con Tepichboden y alfombras de Persia. No conocían la cera „Nuggett“ ni la virutilla „Virutex“. El chancho, sólo se conocía porque se comía en las salchichas y en los perniles, acompañado de repollo cocido y papas, muchas papas. El juego a las cosquillas sólo lo practicaban los niños, y éstos a su vez con los perros y los gatos. Los „Babydoll“ y pijamas, cuando se usaban, se hacía exclusivamente para dormir y estaban además casi pasados de moda, uno se acostaba y se levantaba en pelotas, sin temor al frío porque hasta los sótanos y la cueva del ratón estaban calefaccionados. Y la meta? Aquel punto determinado para llegar juntos revolcándose en el placer? La meta era trabajar para juntar dinero y pasar unas vacaciones en Mallorca, La Toscana o el sur de Francia. Pero ya se hubiera querido cualquier vecina de su patria estos pisos de alfombras. Su vecina, igual se las habría rebuscado para encontrar la fórmula de seducirlo. Total.... las alfombras alguien tiene que limpiarlas, de vez en cuando.